The Museum is open daily from 10 a.m. to 5 p.m.
I am the proud descendant of people
who, over a thousand years ago,
made one of the boldest choices in human history.
They left their homeland
and sailed into the vast Pacific Ocean,
guided by nature, deep knowledge,
and the courage to find what had never been mapped.
Today, as the first Native Hawaiian
to earn a PhD in genome sciences,
I carry that legacy forward.
I realized in graduate school
that the story of our ancestors lives
not only in our songs and stories,
but in our DNA.
Our moʻokuʻauhau, our genealogies,
are written into our genomes.
These inherited patterns
carry the memory of migration,
adaptation,
and also trauma.
Our DNA is shaped
by the paths our ancestors traveled
and by the disruptions of colonization.
By studying genomes
from present-day Pacific Islanders,
we can begin to understand our history
in new ways.
We can estimate how many voyaging canoes
may have arrived in Hawai‘i,
or trace ancestral patterns
that echo the journeys
of legendary navigators.
This work is not only about the past.
Genomics can help clarify
how colonialism affected our health
and contributed to current disease patterns.
It can also support land and resource claims
by offering evidence of long-standing ties to place.
Long before Western science had words for it,
my ancestors practiced a science of their own.
They studied stars,
ocean swells,
birds,
and weather systems.
They built double-hulled canoes
and crossed thousands of miles of open ocean,
one of the greatest migrations in human history.
This knowledge was passed down
through our ʻōlelo, our language,
through mo‘olelo, our stories,
and through hula,
our embodied memory.
I grew up with stories
of how Maui pulled the islands from the sea.
And I learned how Herb Kāne,
Ben Finney,
and Mau Piailug
helped revive non-instrumental voyaging
with the wa‘aHōkūle‘a.
Their journeys retraced ancestral routes
using traditional knowledge,
reading the ocean like a living map.
Today, through community-led research,
we’re refining our understanding
of how the most remote islands were settled.
Our methods challenge a long legacy
of extractive science,
where DNA and cultural items were taken without consent.
We do things differently.
Communities guide the questions.
The work is collaborative.
We walk backward into the future,
grounded in tradition.
This research also helps explain
why some diseases affect our communities
more than others.
After migration or epidemics,
small populations can face bottlenecks
that increase the chances
of certain genetic conditions.
Understanding this helps build
more effective care,
tailored to our histories,
our needs,
and our right to be seen.
Today, fewer than one percent
of genome-wide studies
include Indigenous peoples.
That has to change.
We’ve seen the global impact of mRNA vaccines.
For too long, genetic research has focused mainly
on people of European ancestry, leaving Indigenous
and many other communities out of the picture.
Now imagine what we could do
if genomic research reflected the complexity
of all peoples,not just those at the center of power.
Genomics can also support Indigenous land rights.
It can offer evidence in court,
verifying generational ties to territory.
These are not abstract stories.
They are encoded in us.
Our DNA carries both pride and pain.
It remembers voyages and loss,
resilience and disruption.
But just as our ancestors used the stars
to find their way across the sea,
we can use knowledge
to navigate toward a future
grounded in care,
sovereignty,
and justice.
Once used to deny our humanity,
the genome can now help illuminate
an Indigenous future we define for ourselves.
Adapted from:
Soy el orgulloso descendiente de personas
quienes, hace más de mil años,
tomaron una de las decisiones más audaces y
en la historia de la humanidad.
Dejaron su tierra natal
y navegaron hacia el vasto Océano Pacifico,
guiados por la naturaleza, un conocimiento profundo,
y el valor de encontrar algo que nunca había sido trazado en un mapa.
Hoy, como el primer Nativo Hawaiano
en obtener un Doctorado en las Ciencias del Genoma,
yo llevo adelante ese legado.
En la escuela de posgrado, llegué a la realización
que la historia de nuestros ancestros vive,
no solamente en nuestras canciones y relatos,
sino también en nuestro ADN.
Nuestro mo‘oku‘auhau, nuestras genealogías,
están escritas en nuestros genomas.
Estos patrones heredados
cargan con la memoria de migración,
la adaptación,
y asimismo el trauma.
Nuestro ADN esta moldeado
por los caminos que nuestros ancestros recorrieron
y por los actos disruptivos de la colonización.
Al estudiar los genomas
de las personas actuales de las Islas del Pacifico,
podemos comenzar a entender nuestra historia
de nuevas maneras.
Podemos estimar cuantas canoas de navegación
pudieron haber llegado a Hawái’i
o trazar los patrones ancestrales
que evocan las travesías
de aquellos navegantes legendarios.
Este trabajo no es solo acerca del pasado.
La genómica puede ayudar a clarificar
cómo el colonialismo afectó nuestra salud
y contribuyó a los patrones actuales de las enfermedades.
También puede respaldar reclamos sobre las tierras y los recursos
al ofrecer evidencia de los vínculos profundos e históricos con un lugar.
Mucho antes de que la ciencia de occidente tuviera palabras para ello,
mis ancestros practicaban una ciencia de conocimientos propios.
Estudiaron las estrellas,
los oleajes oceánicos,
las aves,
y los sistemas climáticos.
Construyeron canoas de doble casco
y cruzaron miles de millas de océano abierto,
una de las migraciones más significativas en la historia de la humanidad.
Este conocimiento pasó de generación en generación
a través de nuestro ōlelo, nuestro lenguaje,
a través de mo‘olelo, nuestros relatos,
y a través de hula,
nuestra memoria encarnada.
Crecí con historias
sobre como Maui hizo emerger las islas del mar.
Y aprendí como HerbKāne,
Ben Finney,
y Mau Piailug
ayudaron a revivir la navegación ancestral sin instrumentos
con el wa‘aHōkūleʻa.
Sus travesías volvieron a trazar las rutas ancestrales,
usando conocimientos tradicionales,
leyendo al océano como un mapa viviente.
Hoy en día, a través de investigación lidereada por la comunidad,
estamos refinando nuestro entendimiento
sobre cómo se asentaron las islas más remotas.
Nuestra metodología desafía un largo legado
de prácticas científicas extractivas,
donde el ADN y artefactos fueron tomados sin consentimiento.
Hacemos las cosas de manera distinta.
Las comunidades moldean las preguntas;
El trabajo es colaborativo.
Caminamos de espaldas hacia el futuro,
fundados en tradición.
Esta investigación también ayuda a explicar
el pequé ciertas enfermedades afectan más a
nuestras comunidades que a otras.
Tras migraciones o epidemias,
poblaciones pequeñas pueden enfrentarse a cuellos de botella
que incrementan las posibilidades
de ciertas condiciones genéticas.
Comprender esto nos ayuda a construir
un cuidado más efectivo
adaptado a nuestras historias,
a nuestras necesidades,
y a nuestro derecho a ser vistos.
Hoy en día, menos del uno por ciento
de los estudios genómicos a gran escala
incluyen a personas indígenas.
Eso tiene que cambiar.
Hemos visto el impacto global de las vacunas ARNm.
Ahora imaginen lo que podríamos hacer
si la investigación genómica reflejara la complejidad
de todas las personas,
no solo de quienes están en el centro del poder.
La genómica también puede respaldar los derechos territoriales de los indígenas.
Puede ofrecer evidencia en la corte,
al verificar los lazos generacionales con el territorio.
Éstas no son historias abstractas.
Están codificas en nuestro ser.
Nuestro ADN lleva consigo, tanto el orgullo como el dolor.
Recuerda los viajes y las pérdidas,
la resiliencia y lo disruptivo.
Pero tal y como nuestros ancestros utilizaban las estrellas
para encontrar su camino al travesar el océano,
nosotros podemos usar el conocimiento y la sabiduría
para navegar hacia un futuro
fundado en el cuidado,
la soberanía,
y la justicia.
Alguna vez utilizado para negar nuestra humanidad,
el genoma ahora puede ayudar a iluminar
un futuro indígena definido por nosotros mismos.
The Museum of Us recognizes that it sits on the unceded ancestral homeland of the Kumeyaay Nation. The Museum extends its respect and gratitude to the Kumeyaay peoples who have lived here for millennia.
The Museum is open daily, Monday through Sunday, from 10 a.m. to 5 p.m.
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